En primer lugar, máxima admiración por Río. Por su “trabajo de nacimiento” durante veinticuatro horas. Increíble nuestra naturaleza mamífera.
Olaya. Guerrera. No sé cuántas contracciones hubo durante todo el parto, trescientas, cuatrocientas, y todas y cada una de ellas las acogió, enfrentó el dolor y se despidió de ellas. Es realmente admirable, increíble, heroico, como soportó el dolor. Llegué a ver infinidad de caras totalmente desencajadas diferentes, eran caras de pánico, de terror, de pavor, que milésimas de segundos después cambiaban a una valentía épica en medio de la más determinante batalla.
Ancara, nuestro equipo de parto. Anabel, Paca y Sara. Sara, Paca y Anabel (y Ana en la formación). Increíbles profesionales y lindísimas personas. No conozco en castellano, palabra que represente la intensidad con la que describiría el agradecimiento que siento hacia ellas. Lo repito, increíbles profesionales y lindísimas personas. Y para mí, unas auténticas revolucionarias, pero dada su profesión no aparecen en los libros junto a otras revolucionarias. No creo que haya un ser vivo más indefenso que la cría humana. Y trabajan por respetar, en su máxima posibilidad, su nacimiento. Proteger el nacimiento del ser vivo más vulnerable que habita el planeta. Sois increíbles, compas. Gracias por la seguridad que nos habéis hecho sentir. Sois maravillosas, y seguro que lo habríais seguido siendo si Olaya hubiera preferido un parto medicalizado en el hospital.
Estas líneas aúnan mi vivencia del parto (como padre de la criatura), incorporando los comentarios de las personas que de una u otra forma estuvieron presentes; así como posteriores comentarios de Olaya (con su consentimiento y deseo de que quede recogido su testimonio).
Llego a casa después del trabajo. Olaya está muy enfadada. Irascible. Estaba en el baño y se posó una polilla en la lámpara, cogió una toalla y no mató la polilla, pero sí rompió la lámpara. Estuvimos todo el parto sin luz en el servicio, salvo un flexo. Olaya cree que su enfado estaba preparando el terreno, que la leona preparaba la guarida.
A las 22:00 empezaron las contracciones. A las 24:00 comencé a medir su regularidad. 24:01, alrededor de treinta segundos, 24:03, alrededor de treinta segundos, 24:05, treinta segundos… así diez contracciones seguidas. Creíamos que era el momento de avisar a Ancara. A medianoche llegó una de las compañeras y nos dijo que el cuello del útero estaba borrado, que podría pararse o no, que teníamos que esperar. Río estaba genial. A las 9:00, tras toda la noche con fuertes contracciones, Olaya, en un momento de debilidad, pedía ir al hospital más cercano a ponerse la epidural. Semanas antes del parto, Olaya nos hizo “firmar con sangre” a Ancara y a mí que aunque suplicara la epidural, no se lo permitiéramos. Que únicamente era una opción por necesidad médica. Y menos aún al hospital más cercano. Que únicamente quería ir a ese hospital si era una urgencia inmediata, si había que avisar al 112 porque no había otra opción. A las 10:00 llega otra compa de Ancara y Olaya la suplica que la diga que está de parto, que tanto dolor era para algo. La confirma que está de parto. Olaya pregunta cómo podía hacer para que fuera más rápido. “Tú quieres un parto guerrilero” comenta la matrona y me pide que suba las persianas. Movimiento. Olaya, entre dolores y risas, la pregunta que dónde están esas que dicen que el parto es orgásmico, que vayan y se lo cuenten.
Durante todo el parto se dio unas 40/50 duchas de agua caliente. Acabábamos de poner la caldera nueva y yo pensaba que la iba a reventar. No había en casa tantas toallas para seguir su ritmo. Ni poniéndolas en un tendedero frente a un calefactor. Comienza el expulsivo sobre las dos o las tres de la tarde. Vivimos en un tercer piso, los gritos se escuchaban desde la calle. Olaya pedía, por lo menos, que la dieran un Ibuprofeno. En las viviendas cercanas tuvieron que flipar. Nadie dijo nada. No me puedo imaginar las caras de mis vecinas escuchando a una de las matronas cuando decía: “Te tienes que cagar. Parir es sangrar, cagar y gritar” y Olaya respondiendo “¡¡¡¡¡Ya me estoy cagando!!!!!”. El parto encumbra al animal mamífero; y por tanto, se aleja de todo protocolo social. La daba igual que la escucharan o que la vieran por la ventana. Su trabajo de parto era infinitamente más importante que las convenciones sociales.
Olaya considera que todas las mujeres son guerrilleras del parto si se las permite decidir. Bienvenida sea la medicalización y la instrumentalización cuando es una decisión de la madre, decisión tomada tras ser informada de qué opciones tiene para paliar el dolor, para escoger libremente cómo desea afrontarlo. Informada y libre, sin juicios externos, para poder ser protagonista de su parto. Con conocimiento de limitaciones y posibilidades, de pros y contras de cada opción. No se trata de que una opción sea mejor que otra, se trata de que la madre sea protagonista. El día anterior Olaya había probado unos TENS para reducir el dolor. Se sentía cómoda en la intensidad 1. Al nivel 2, la molestaba. Sobre las 20:00 vi marcar en el aparato el número 5 y pedía más intensidad. Todas las mujeres son igual de guerreras si se las permite decidir. Decidan lo que decidan, me comenta Olaya.
El expulsivo se alarga horas y horas, apenas avanzando. Estuvimos cuatro horas viendo la cabeza de Río en cada contracción. El parto avanzaba muy lentamente, Olaya estaba agotada y dolorida en un grado que pocas personas que no hayamos vivido esa situación podríamos imaginar. Creemos que Río no terminaba de colocarse. Quiere ir al hospital más cercano a por la epidural. En su plan de parto, dejó claro, más allá de la asistencia propia de Ancara, que nos pedía como acompañantes del parto, que hiciéramos todo lo posible porque se cumpliera dicho plan, en el que recogía ir a Torrejón. La recordamos cuál era su deseo, y como no había peligro fetal, propuso ir al hospital que había elegido. Tras el parto nos lo agradeció, sabía que si hubiéramos ido al hospital más cercano hubiera perdido capacidad de decisión, la hubieran robado el protagonismo; y por tanto, habría dejado de ser un parto respetado. 30/40 minutos de taxi esperaban. Una de las matronas nos acompañó al hospital (en Torrejón permiten entrar a dos acompañantes) y otra matrona se quedó en casa recogiendo, limpiando, poniendo una lavadora… (sois maravillosas).
En libros, vídeos, charlas… te dicen que es mejor parir en tal postura o en tal otra. Para Olaya era más eficaz en las contracciones ponerse en posiciones que a priori no serían las más apropiadas. Al igual que con el dolor, la postura es algo totalmente particular, individual. Y la mujer sabe, si se la deja, cómo debe colocarse, y unido a los consejos de la matrona, da como protagonista a la mujer en el parto. Recuerdo con tristeza y rabia como mi madre recuerda que con mi hermana y mi hermano, de menor edad que yo, aguantó todo lo que pudo en casa antes de ir al hospital a parirlas, porque no quería que la hicieran lo que tuvo que sufrir conmigo, atarle los pies a la cama para que no se moviera. Eso es violencia, eso es una tortura justificada por facilitarle el trabajo a un señor que únicamente debería intervenir en el parto si hubiera necesidad de ello.
Pues eso, nos vamos. Era su deseo que Río naciera en casa, pero las ilusiones, las expectativas, tienen que dotarse de flexibilidad para saber que pueden devenir infinidad de situaciones. Una cesárea puede ser un parto respetado si la mujer es protagonista del proceso. Bajamos las escaleras (tercero sin ascensor) y en el bajo, una contracción me hace pensar que va a nacer allí, pero no. Subimos al taxi y le decimos que vamos a Torrejón. 200 metros fueron suficientes para que el taxista escuchara a Olaya gritar y nos dijera: “Chicos, ¡aquí cerca hay un hospital!”. Y escuchara un rotundo: “A Torrejón”. El taxista no volvió a decir una palabra. Creo que pasó el viaje imaginando que al día siguiente saldría en las noticias porque en su taxi se había producido un parto. Íbamos por la M-45 y poco antes de llegar a la incorporación a la A-2, se desvió por otra camino. Se había perdido. Por suerte, yo conocía el camino. El taxista estaba tan agobiado que apagó durante un rato el GPS. Continuamos y un par de kilómetros después, en un rotonda, nos volvimos a perder. Le digo que realice otra vuelta a la rotonda para intentar orientarnos. Aparece un coche de la policía local. El taxista para en medio de la rotonda y hace frenar a la policía. El taxista dice que lleva una embarazada a punto de parir. Uno de los policías, estoy convencido de que acababa de ser padre por lo motivado que estaba, grito: “¡¡¡Un parto, vamos!!!”. Encendieron las luces y nos escoltaron hasta el hospital. Río, hijo mío, discúlpame. Varios coches intentaron adelantar al taxista o cruzarse para girar a alguna calle, y el taxista, que ya no sabía cómo afrontar la situación, metía el morro de su coche para impedirlo. Al subir me contó que estaba en Madrid, había llevado a un chaval cerca de nuestro barrio, sonó el aviso y lo cogió a ver si había suerte y regresaba a Madrid con el taxi ocupado. Inocente.
Comenzaba en ese momento una película que contenía escenas como la del camarote de los hermanos Marx junto a otras de “Aterriza como puedas”. Llegamos al hospital. Salgo corriendo a la ventanilla de urgencias, gritando que viene una embarazada en expulsivo a punto de nacer la criatura. La mujer de la ventanilla me mira sin realizar ningún gesto ni mostrar la más mínima emoción. Uno de los policías le dice a Olaya que se siente en una silla de ruedas para ir más rápido. Olaya le dice que no puede, que le dolería mucho. Nadie lo recuerda, pero creemos que se sentó. El policía la empujaba en la silla, sin pasar por ventanilla, ni sala de espera. Abriendo puertas y gritando que había una mujer de parto. Olaya le preguntó que dónde estaba su matrona, el policía la responde que no se preocupara que allí había muchas matronas. Olaya le insistía que ella quería a su matrona. El policía alucina. Yo iba cargado con una mochila grande, dos sudaderas, un gran lienzo para plasmar la placenta, mi riñonera, el bolso de Olaya…
Llegamos a la zona de triaje. Diez personas rodeando y únicamente mirando a Olaya. Olaya pedía a gritos anestesia y una de las enfermeras empeñada en que había que tomar la tensión. Río tenía parte de la cabeza fuera y la enfermera seguía insistiendo en que había que tomar la tensión. Los protocolos. Pegué un grito para que dejaran de agobiarla. Un celador súper majo nos llevó a la zona de partos. Olaya, agobiada, pregunta por mí y por nuestra matrona. El celador le dice que íbamos detrás. En ningún momento, repito en ningún momento, hubo peligro para Olaya o para Río, recuerdo que en todo momento íbamos acompañadas de una matrona y que en las últimas horas de expulsivo en casa, el control hacia Río era constante.
Llegamos a la sala de espera de la zona de partos. Dejo todo con lo que cargaba. Olaya comienza a gritar y un señor que estaba frente a ella pone una cara de la que no fui capaz de distinguir a qué emoción correspondía. De repente veo a Olaya en la silla de ruedas en el pasillo y de fondo venir corriendo a ocho o diez profesionales con trajes verdes. No había dado tiempo a que las avisaran. Sabían que en el hospital había una mujer de parto, pero no sabían nada más. Ni cómo estaba ni dónde estaba. Ni qué tensión tenía. Diez profesionales corriendo por el pasillo, detrás Olaya en la silla de ruedas, detrás nuestra matrona y al final yo, con la mochila, las sudaderas…
Entramos al paritorio. Dejo todo en una esquina. Una perfecta coreografía sucede. Todas las profesionales, supongo que matronas y auxiliares de enfermería, colocando, organizando, atendiendo, cuidando. Increíble su profesionalidad. Gracias. Unas cuatro o cinco personas distintas le preguntaron el nombre y la única respuesta que obtuvieron fue: “¡¡¡¡¡¡¡¡Epidural!!!!!!!!”. Yo me iba acercando despacito y las decía al oído: “Se llama Olaya”. No creo que pasaran más de un par de minutos hasta que naciera Río. Olaya se quedó de pie frente a la cama, con los brazos apoyados. No dio tiempo ni a quitarse las sandalias y el pantalón. Parió con los pantalones por los tobillos. Una contracción y salió la cabeza. Totalmente azul (eso es bueno) y con un morritos… para comérselo a besos. Olaya dice que Río lloró en ese momento. No lo recuerdo. Olaya seguía pidiendo la epidural. La matrona (Patricia, un amor) decía que ya tenía la cabeza fuera, que no la necesitaba. La respuesta de Olaya fue: “¡¡¡¡¡Epidural!!!!!”. Patricia intentaba guiar los pujos para evitar un desgarro. Olaya gritaba y empujaba todo lo que su cuerpo daba de sí. Siguiente contracción y casi todo el cuerpo fuera. Tercera, y había nacido Río. 21:43 del 21 de septiembre de 2019. El preparto había comenzando aproximadamente 24 horas antes. Patricia le da Río a Olaya por debajo de las piernas. Lo cogió y le dejó en la cama. Posteriormente Olaya comentaba que tuvo que dejarle encima de la cama porque era incapaz de hacerse responsable de nada y mucho menos de la criatura que acababa de salir de su cuerpo. Previamente, habíamos reflejado en el plan de parto, que en el nacimiento, antes de poner a Río encima de Olaya, se la preguntara, por si quería tomarse unos segundos previamente para coger aire y poder recibirle. Olaya pedía que le quitásemos las chanclas. Cuando lo hice, el pantalón y las chanclas estaban totalmente empapados de sangre. Hubo un desgarro natural IIIA, Olaya temía la episiotomía.
Ya tumbada, con Río encima, y la oxitocina puesta para que saliera la placenta, seguía pidiendo que la quitaran el dolor. Olaya seguía diciendo con carita de pena: “¿No me podéis dar un Ibuprofeno?”. Faltaba el alumbramiento, la expulsión de la placenta. No salía, no salía. Por suerte, y por el increíble trabajo de parto de Olaya, y la profesionalidad de Sara y Anabel, Río nació sin medicalización ni instrumentalización, como había deseado. Y con el inestimable ajetreo del taxi, que provocó que el cachorrillo se colocará completamente. Costó que saliera la placenta. Para su expulsión, la propusieron usar un gas para sobrellevar el dolor. La respuesta fue contundente: “¡¡Para eso he venido!!”. Sheila, auxiliar de enfermería (otro amor que acompañó emocionalmente de forma maravillosa) y yo, estábamos preocupadas porque, dado el efecto del gas, se cayera Río que estaba encima de Olaya. Pero el cachorro estaba en buenas manos, ni un terremoto hubiera conseguido que dejara de sujertarle. Sheila le decía a Olaya que no aspirara con tanta intensidad que podría marearse. Olaya la respondió que eso era lo que quería y que se quería llevar la bombona del gas a la habitación. Muchísimas gracias a Patricia y Sheila, gracias por vuestros cuidados. A las 04:00 nos subieron a planta. Y esa es otra historia. Pedimos el alta voluntaria. Lo que podía ofrecernos el hospital lo teníamos en casa. Incluido el seguimiento en el posparto de Ancara.
Olaya comentaba que, más allá de si el parto se produce en casa o en el hospital, lo fundamental, es tener una buena experiencia, poder decidir, estar bien acompañada y cuidada. Asegura que lo que necesita la mujer es sentirse la protagonista. Lo que necesitaba era un acompañamiento que la ayudara a sentir lo que previamente había decidido en su plan de parto. Comenta que ella parió en casa y Río nació en el hospital.
Que fluya el Río.
Txelu Lega